Anexo
I
La Segunda Revolución Industrial
La Segunda Revolución Industrial
presentó dos características fundamentales: por un lado, una gran aceleración
del progreso tecnológico que originó una estrecha relación entre ciencia y
técnica; por el otro, una creciente concentración de riquezas. Ambos factores
aceleraron el impulso de la economía basada en los principios del capitalismo.
En primer lugar, la evolución de la ciencia y la tecnología
marcaron el camino del progreso gracias a una serie de invenciones. En el sector metalúrgico, el convertidor
Bessemer posibilitó la producción de acero de calidad a bajo costo para la
construcción de maquinarias y motores más eficaces y compactos; también agilizó
la fabricación de ferrocarriles, barcos y armamentos. La industria química
fue desarrollada en Gran Bretaña, Alemania y Francia. Estos países lograron
desarrollar la producción de álcali, una sustancia utilizada en las industrias
textiles, jabonera y papelera. Además, los avances químicos permitieron mejorar
a la industria fotográfica y elaborar conservantes para los alimentos, nuevos
medicamentos, perfumes, materiales plásticos y sintéticos. En materia
energética, la electricidad inició una serie de grandes invenciones como la
lamparita y el ferrocarril eléctrico. Por otro lado, el petróleo se convirtió
en una importante fuente de energía que sustituyó la máquina de vapor por el
motor de explosión, permitiendo el surgimiento del automóvil y del aeroplano.
También hubo otros inventos que revolucionaron el mundo de las comunicaciones:
el teléfono y el telégrafo sin hilos, la ampliación de las redes ferroviarias y
la navegación con vapor.
El proceso de fabricación en
serie fue característico de la Revolución Industrial y la mayoría de estos
progresos provinieron de Estados Unidos. Los estudios sobre la organización científica del trabajo surgieron
de la necesidad de una forma más racional de controlar y programar las empresas
grandes y deseosas de maximizar los beneficios. Su tarea se concentró
rápidamente en dos esfuerzos: el taylorismo y fordismo.
En segundo lugar, las economías
capitalistas de mediados del siglo XIX presentaron un proceso de concentración del capital y de la
producción, es decir, el número de empresas disminuyó mientras la
producción creció. Esto se debió a dos factores: por un lado, la adquisición y
el mantenimiento de las nuevas y modernas máquinas generaban enormes gastos que
sólo grandes empresas estaban en condiciones de afrontar; por otro lado, la
búsqueda de la máxima rentabilidad condujo a la constitución de empresas de
grandes dimensiones con capacidad para aprovechar los recursos (maquinarias y
manejo de los trabajadores) de manera eficiente. Este particular desarrollo del
capitalismo puso en una situación de desventaja a las pequeñas empresas, que
comenzaron a ser absorbidas por las más fuertes, aquellas que podían controlar
los mercados y manejar la producción. Por lo tanto, es posible detectar dos procesos
de integración de las empresas, uno horizontal y el otro vertical. El primero
de ellos es el cártel:
asociación entre empresarios que se dedicaban a la misma fase de un determinado
proceso productivo, lo cual les permitía fijar un precio único para sus
productos y dividirse porciones del mercado. El segundo es el trusts, una gran empresa que
controla todas las fases de la producción, desde la obtención de la materia
prima hasta la comercialización, lo cual le permitía una importante reducción
de los costos que incidía en el precio final del producto.